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miércoles, 24 de diciembre de 2008

24 de Diciembre, para ti...

Corriendo van por la vega A las puertas de Granada hasta cuarenta gomeles y el capitán que los manda. Al entrar en la ciudad, parando su yegua blanca, le dijo éste a una mujer que entre sus brazos lloraba: "enjuga el llanto, cristiana no me atormentes así, que tengo yo, mi sultana, un nuevo edén para ti. Tengo un palacio en Granada, tengo jardines y flores, tengo una fuente dorada con más de cien surtidores, y en la vega del Genil tengo parda fortaleza, que será reina entre mil cuando encierre tu belleza. Y sobre toda una orilla extiendo mi señorío; ni en Córdoba ni en Sevilla hay un parque como el mio. Allí la altiva palmera y el encendido granado, junto a la frondosa higuera, cubren el valle y collado. Allí el robusto nogal, allí el nópalo amarillo, allí el sombrío moral crecen al pie del castillo. Y olmos tengo en mi alameda que hasta el cielo se levantan y en redes de plata y seda tengo pájaros que cantan. Y tú mi sultana eres, que desiertos mis salones están, mi harén sin mujeres, mis oídos sin canciones. Yo te daré terciopelos y perfumes orientales; de Grecia te traeré velos y de Cachemira... ¡chales! (Que bien nos salía el coro, cuñao) Sigo... y de Cachemira chales. Y te dará blancas plumas para que adornes tu frente, más blanca que las espumas de nuestros mares de Oriente. Y perlas para el cabello, y baños para el calor, y collares para el cuello; para los labios...¡amor! (que bien nos salía...) Sigo... "¿Qué me valen tus riquezas -respondióle la cristiana-, si me quitas a mi padre, mis amigos y mis damas? Vuélveme , vuélveme, moro a mi padre y a mi patria, que mis torres de León valen más que tu Granada." Escuchóla en paz el moro, y manoseando su barba, dijo como quien medita, en la mejilla una lágrima: "Si tus castillos mejores que nuestros jardines son, y son más bellas tus flores, por ser tuyas en León, y tú diste tus amores a alguno de tus guerreros, hurí del Edén, no llores; vete con tus caballeros." Y dándole su caballo y la mitad de su guardia, el capitán de los moros volvió en silencio la espalda.

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